Cuando el silencio suena …

Nunca el silencio ha tenido tantos sonidos. El del viento en las calles vacías. El del sol en las fachadas solitarias. El de la lluvia sobre las aceras desiertas. El impacto del silencio es tan grande que hace daño en los oídos. 

Un silencio roto sólo por los aplausos en ventanas y balcones. Una cita diaria que une sin entender de credos ni opiniones. Un agradecimiento sonoro para los que combaten en primera línea de una guerra que se lucha en hospitales y no en cuarteles. Nunca habrá aplausos suficientes para compensar tanto sacrificio. En una guerra en la que todos somos soldados peleamos contra un enemigo invisible y despiadado que no distingue entre valientes y cobardes. Una guerra que solo se gana gana sin pisar el campo de batalla y en la que el aislamiento es la única arma. Tan poco y a la vez tanto. Tan sencillo y a la vez tan complicado. Tan fácil, como difícil. Pero, ¿por qué es tan duro obedecer cuando solo de ti depende la victoria?

Aunque la enfermedad nos está separando, porque nos aleja en calles y supermercados, aunque pasará mucho tiempo hasta que volvamos a confiar en besos y abrazos, nunca nos hemos encontrado tan solos y a la vez tan acompañados, librando una contienda en la que solo unos pocos son héroes y todos somos víctimas.

Solo ganaremos echando de menos a los que más queremos y renunciando temporalmente a lo que tanto añoramos. Y por ellos y por volver a las rutinas que tanto odiamos, resistiremos, porque nos echamos tanto de menos que si cada uno consigue ganar su propia batalla, venceremos.

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