
Lo reconozco, soy «Garitanista«. Y lo soy desde el año pasado, desde que cambió el once ante el Getafe B a mitad de Liga (Jornada 33) y subió al Lega a Segunda diez años después. Y en estos cuatro partidos que llevamos de Liga no solo he renovado mi fe, sino que me he convertido en creyente y devoto de la filosofía de Garitano.
El que no ha ido a Butarque en Segunda se pasaría toda la semana pasada criticando el once de Asier en Lugo. Sin embargo, el que le conoce, le ha vívido y le ha sufrido se pasaría la semana saboreando el punto conseguido en un campo tan difícil como es el Anxo Carro gracias al genial planteamiento de «Gari«, que salió sin delantero centro. El que solo conoce al técnico de Bergara desde el 24 de agosto se pasaría ayer toda la primera parte rajando de su once ante el Racing, preguntándose por qué no jugaba Diamanka. El que le conociera de Segunda B a lo mejor le hervía la sangre porque el Guaje o Dioni empezaban en el banquillo, pero hasta con el 0-2 respiraba tranquilo, confiaba y esperaba. Esos, los habituales, esos no estaban preocupados, solo creían y tenían fe. Y mientras, animaban al Leganés.
Tras una buena primera parte, el Leganés llegó al descanso perdiendo por dos errores puntuales (como ante el Alavés, como ante el Llagostera). Pero yo tenía confianza, lo dije en mi twitter en el descanso: «Se puede levantar» y se levantó. Porque a pesar del resultado, lo se que veía en el campo no era lo que decía el marcador. A base de musculo, Borja Lázaro se convirtió en imprescindible en Butarque. Por su entrega, su lucha, su brega y su pelea. Saltó con todos, se pegó con todos, les metió el cuerpo a todos los defensas cantabros y les ganó a todos, menos al arbitro, que le anuló un gol.
Luego vino el sermón de Garitano en el descanso, su parábola. Otra vez, como en el descanso ante el Mallorca. Y los jugadores escucharon en silencio, de rodillas. Y volvieron a creer. Comulgaron una tarde más con la doctrina de su entrenador para entrar en comunión con una grada que ya tiene una fe inquebrantable. Y juntos, ocurrió de nuevo el milagro. Primero con una genialidad de Rubén Peña, que asistió a Diamanka para que colocara la pelota en la escuadra de Mario. Quedaba media hora por delante, el infierno empezaba a quedar atrás y las luces de los focos empezaban a alumbrar el cielo. Pero las religiones exigen sacrificios, ayer Garitano sacrificó a Aguirre, Candela y Velasco, para ungir a Diamanka, Carlos Ázvarez y Eizmendi como salvadores de su fe. Y si Diamanka le devolvió su confianza en el primero, Eizmendi lo hizo en el segundo, porque no fue suyo, pero casi. Borja Lázaro bajó el balón para Álvaro, que prolongó a la izquierda para Soriano, su centro lo cabeceó Eizmendi al palo … y cuando parecía imposible, apareció Álvaro García para meter el balón en la portería y para que tanto equipo como grada alcanzaran juntos y a la vez el éxtasis del empate. Y aún pudo ser más, porque el Diablo no quiso ver un penalti sobre Borja que podía haber supuesto la victoria.
Yo creo, ¿y tú?